Cuando salí de la cama vi mi habitación hecha un desastre,
llena de chuches, azúcar, etc. También había un rastro de
azúcar que parecía llegar hasta la cocina. Quise ir al aseo
para verme en el espejo, fue una faena y al cabo de por
lo menos una hora llegué a este. Tardé unos quince minutos
en llegar al lavabo para mirarme en el espejo.
—¡¡¡No me lo puedo creer!!! —dije gritando. —Soy una
hormiga— me quedé con cara muy asombrada aunque no
lo notaba porque lo único que se mueve de mi cara son
las pinzas de la boca y las antenas. —Ya que soy una
hormiga, ¡podré comunicarme con las otras! —pensé. Fui a el
más cercano que había, el de mi habitación. Cuando
llegué caí a un hueco que parecía interminable, aunque
cuando me enteré vi que era la pared de la casa. Al fondo
se veía una luz y cuando toqué el suelo vi algo impresionante.
No era como lo imaginaba, había tiendas, colegios…
Conocí a unas hormigas y un ciempiés que se coló llamado
Jordi. El idioma por el que hablaban se llamaba cochinchinel,
el idioma de las hormigas y las termitas las cuales
una de ellas se llamaba Roberto. Tenían hasta cementerio
de hormigalandia 3437 ya que habrá millones de hormigalandias
en el mundo. Yo les dije que en realidad era
humano y me dijeron que solo me quedaban unos minutos
para que volviera a transformarme y me enseñaron corriendo
la ciudad, hasta me regalaron un recuerdo, me ayudaron